“Los navegantes solitarios”
Columna cultural semanal para Tribuna del Yaqui, Sección Acentos.

Ha sido uno de los veranos más interesantes, retadores e iluminados que he tenido.

Dicen que uno se encuentra a sí mismo cuando menos se busca, y afortunadamente, este verano me ha mostrado de frente todas las bendiciones que tengo en mi vida.

Me llevé conmigo el libro de José Saramago, “El equipaje del viajero” el cual estuvo a mi lado en cada uno de los días, como esos faros que emergen entre la niebla y para ser un poco más dramática, agreguemos lluvia y un barco a la deriva.

Bueno, el punto es que les recomiendo ampliamente hacerse de este libro y tenerlo como salvavidas. Hay un texto en especial, que me cautivó hasta el alma. Se llama “Los navegantes solitarios” y dice:

Este mundo tiene cosas. Difícilmente se encontraría, en cualquier rincón del universo, espectáculo más variado, todo a golpes de teatro, embarulladas situaciones, inesperados encuentros, salidas falsas y entradas a destiempo (…) Viene este preámbulo a propósito de los navegantes solitarios.

En tiempos idos admiré de manera ciega a estos hombres, admiré su valor, el desprendimiento con que se dejan ir entre mar y cielo, entregándose a sí mismos y a la fortuna, que tanto protege a los audaces como fríamente los elimina.

Y aún hoy reservo a estos navegantes un rincón de mi alma. Verdad es que admiro a todo aquel que se atreva a lo que yo, por mi parte, soy incapaz de hacer, pero estos navegantes me merecen una estima especial, sea o no sea yo descendiente de un pueblo de marineros.

De vez en cuando se pierde un navegante de estos en la inmensidad de los océanos. Apenas se retrasa el navegante veinticuatro horas en la próxima escala, es cierto y sabido que cae el mundo entero en una terrible inquietud, pierde el sueño, y pasa a alimentarse de la primera página de los grandes y pequeños periódicos.

Todo el mundo quiere ayudar de una manera u otra. En espíritu todo el mundo va a la muelle o a la playa para clavar la vista en el océano a ver si apunta la vela. Y no se habla de otra cosa.

Mientras el trance dura, la tierra es un concierto de de armonías que llena los espacios infinitos de concordia y paz. Entonces, es bueno vivir.

Casi siempre aparece el navegante. Se había desviado de su ruta, lo había atrapado un tifón, había tenido una avería en la radio, quizá sintió el deseo de cortar definitivamente con el mundo (que se yó). Hay entonces un grande y general suspiro de alivio, tan sincero que nadie piensa ni en preguntar quién va a pagar los gastos. Ni interesa. Nos habíamos identificado de tal manera con el navegante que es como si el barco fuese nuestro y nuestra la aventura.

Este mundo tiene cosas. Porque, entretanto, y antes, y después, pasan todos los días a nuestro lado otros navegantes solitarios, enfermos unos, desafortunados, sin casa ni trabajo, sin alegría, sin esperanza –y nadie cruza la calle para decirles: “Estás perdido amigo? Estás perdido?”.

Dicen que uno no se encuentra a sí mismo hasta que se pierde.

Espero que su verano haya sido inolvidable, que hayan descansado, que hayan disfrutado a sus seres queridos… en lo personal, este verano recibí una lección invaluable: Hay personas que llegan a nuestra vida a quedarse, pero otras, la mayoría, son navegantes de paso, solitarios, que se cruzan con nosotros con el único fin de devolvernos el espíritu de regresar al muelle para clavar la vista en el océano a ver si apunta la vela.

Extrañé mi tierra en las vacaciones.
Me extrañé a mí misma.
Ahora, estoy de vuelta.

Triste porque uno piensa que hay cosas que pueden ser para siempre, pero feliz, porque el arriesgarse en altamar, solo los valientes, y a pesar de mi sabida cobardía, este verano supe de lo que una está hecha.

Les dejo un abrazo y la próxima vez que vean un navegante perdido, deténganse, y ofrézcanse como faro, compartan la luz de quienes son afortunados de tenerse a sí mismos.

Besos,
-Erika.

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Monet, Lighthouse.

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