Nokta, Columna cultural semanal para Tribuna del Yaqui, Sección Acentos.

Sus cenizas se confunden con el mar de Veracruz. No se sabe si es la marea o el pulso del poeta. Bienaventurada la arena que se bebe a Emilio con cada ola.

Él decía que su locura y ambición eran “escribir bien”.

Cuando le dieron el premio cervantes, acuñó la maravillosa frase de “La lengua en la que nací constituye mi única riqueza” y sobre aquello que se andaba diciendo en España de que él era uno de los mejores poetas latinoamericanos reviró: “Pero si ni siquiera soy uno de los mejores de mi barrio. ¿No ven que soy vecino de Juan Gelman?”.

La obra de José Emilio Pacheco descansa entre novelas, poemarios, traducciones y textos periodísticos, pero como todos coinciden, Emilio era, sobre todo, un poeta, de esos sin vanidad que hablaba de las cosas sencillas y hacía creer que escribir era fácil.

“La noche huele a luz carbonizada”, “Se me ha perdido el mundo y no sé cuando comienza el tiempo de empezar de nuevo”, “La nieve hace tangible el silencio y es el desplome de la luz”… la poesía de Emilio es cercana, maravillosa y como un bello código que es fácilmente descifrable por que va más allá de los signos, hay una magia detrás de ella.

En una entrevista del periódico El País, le preguntaron porque era tan exigente con su propia obra, que si la experiencia no le bastaba para saber que su trabajo era bueno, a lo que él respondió: “Con 20 años piensas que tal vez un día llegues a escribir con una facilidad, con una certeza y un conocimiento… Y no, nunca. Siempre es por primera vez, siempre. Y, además, la mayoría de las cosas salen muy mal. La mayoría de los textos que haces son malísimos, para que uno te salga bien necesitas hacer 50 muy malos. Mayans, un neoclásico del siglo XVIII, decía: En la poesía, lo que no es excelente es despreciable. Y tenía razón. Ya nadie admite la crítica. Eso se acabó con los cafés. Hay que acostumbrarse de nuevo a que la gente no esté de acuerdo en todo contigo, que no te diga que todo lo que escribes está bien. Porque si yo ahora le digo a alguien: oye, no me gustó… No lo acepta. Eso es impensable ahora.”

Por algo era el poeta amado por los jóvenes mexicanos. Emilio era un humanista y provocaba inspiración tanto por su disciplina como por esa cosa llamada talento.

Mi historia con él es reciente, yo llegué tarde a su vida. Lo había visto de lejos pero nunca me había acercado, hasta que fue inevitable tener un libro de él frente a mí. Fue aquí en la biblioteca de la universidad donde conocí a Emilio. Andaba yo buscando a Saramago.

Recuerdo el día, andaba yo un poco desesperada de que alguien me dijera que estaba bien estar loca y por lo general, Saramago me ayuda con eso, pero ya estaba planeado que en ese momento yo me encontrará con Emilio.

Como la lluvia” una selección de poemas que me llevó a Séneca y que ese día, me hizo sobrevivir. Fue el 30 de octubre del año pasado. Lo recuerdo porque está en mi blog. No en el de WordPress, sino en el blogger que es más cursi.

Ese día yo estaba muy triste. Desde entonces, ha sido una fabulosa aventura leer al gran José Emilio Pacheco. Veracruz se ha bebido al poeta, “y cada ola quisiera ser la última, quedarse congelada en la boca de sal y arena que mudamente le está diciendo siempre: adelante.” Adiós Emilio, adiós.

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