Mi amiga, a quien considero mi hermana mayor, me dijo que debería hablar con Dios. Y yo le dije que sí lo hacía, que siempre me levanto y le digo “Dios… Tu ya sabes que necesito así que ahí ya tu sabes.” Y mi amiga-hermana me dijo, así no, tienes que tratarlo directamente, tienes que doblar la rodilla y toda la cosa, además tienes que preguntarle que es lo que él quiere.

Entonces yo me dije, bueno, ahorita no estoy así como que con mucho ánimo de hincarme, así que mejor me siento tranquilamente y le pregunto a Dios mientras me tomo una margarita.

Eso de preguntar tampoco me ayudo mucho, porque mientras preguntaba yo misma me respondía y luego me dije de nuevo: tengo que orar. Necesito las respuestas y pronto.

Entonces pedí la segunda margarita. Y seguí en blanco. Como cuando estás en una junta de proyectos donde has aprendido a no hablar por que cualquier frase o compromiso te caen directamente a tí. Entonces preferí solo sentirme acompañada. Y de vez en cuando miraba de frente a la silla sola delante de mí y me imaginaba que ahí estaba. Tomándose también un drink conmigo.

Fue hasta que empecé a manejar de regreso a casa que inicié a hablar. Y le dije solo frases cortas, como: “me imagino lo divertido que ha de verse desde tu lado”, o “realmente estoy capacitada para tomar decisiones en mi vida?” Seguidas de intermitentes: “si soy una buena persona, por que tanto drama?” Y luego pensé: “los poetas y los artistas necesitarán amarguras para sus obras de arte, o de que se trata?” Y por un momento no supe si sentirme agradecida o harta del asunto.

Traigo un dolor de cabeza horrible mientras escribo. Fueron solo dos margaritas, pero parece que el espíritu santo les sopló algo. Estoy segura que a media noche, o mañana temprano, me hincaré y le diré a Dios: “Ojalá tu sepas lo que estás haciendo, por que si estás improvisando, déjame decirte que no eres tan bueno en eso.”


My head’s underwater…But I’m breathing fine.

Erika Tamaura Cultura ,

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