Fue cómo haber profanado la piel abierta de esa playa. Sentir la humedad de la arena desnuda, sin el cobijo del agua y sentir compasión por los caracoles, piedras y algas descubiertas, expuestas.

Fragmentada en pequeños oasis, la playa estaba distante. Me atreví a caminar hacia la orilla.

Esqueletos de sal descansaban en garabatos extendidos, fatigados. La arena comprimida, seca, frágil. No había viento. Se escuchaba el sonido de pequeños ríos atrapados entre rocas que daban de beber a pequeños cangrejos y a los caracoles que habían tenido suerte de quedar en un refugio al paso de una corriente de mar que brotaba de algún lado, debajo de la arena… porque el mar tiene sus maneras.

Mis pies se hundían en la arena.

Después de recorrer el cadáver que era esa playa por aquella marea baja, llegué a la orilla. La vi de frente y e intenté resguardar en mi memoria el aroma a capricho de luna, ese que produce vida o soledades, ese que pertenece a la poesía de la marea baja de una tarde de diciembre en Puerto Peñasco.

Consulta el calendario de mareas aquí:

http://predmar.cicese.mx/calendarios/

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