“Women can be angry, wild, passionate, powerful, loving,
violent, frustrated, sad, truthful, hungry, tender.
Women can change de world; women can be free.”
-Fifty-One Key Feminist Thinkers
Me gusta pasar horas en la biblioteca recorriendo los pasillos de libros con un vaso de café en la mano, sentir que todos son míos y que tengo todo el tiempo de la vida para leerlos, solo para luego sentir la frustración de que jamás podré ser una famosa escritora o una intelectual de referencia… me gusta compadecerme a mi misma entre los pasillos de las bibliotecas y consolarme sobre que está bien ser desconocida y que sea parte del balance universal que existamos mujeres detrás del escenario y que jamás publicaremos libros que definan la historia, que tampoco tendremos doctorados, que nunca daremos conferencias a multitudes y que nuestros nombres, no serán recordados por gente experta y mucho menos, invocados por nadie para citar nuestras ideas o lo que alguna vez dijimos en algún momento clave de nuestra vida.
Varias veces he sufrido porque no seré reconocida como una pensadora trascendente de mi tiempo. Porque ese lugar está reservado para otras. Pero todos los días lo intento. Mientras hago desayuno escucho programas de política, leo noticias, mientras cocino o lavo se escuchan de fondo en la televisión debates y mesas de análisis con expertos de temas y cuando llega mi marido de trabajar lo siento y lo obligo a escuchar mi ponencia sobre la noticia del día o en las cenas familiares pregunto opiniones en la mesa sobre las votaciones en Estados Unidos, la película de moda, lo que hacen en la escuela o porqué nadie nos dijo en todos estos años que la princesa Leia también era una maestra Jedi.
Entonces, la vida pasa, los días pasan y yo sigo sin ser una pensadora famosa, en lugar de eso, me pasó diciéndole a mi hijo que se espere, que cuando abra alguna puerta la mujer debe pasar primero porque así lo hacen los caballeros; que si está compartiendo un flan con su hermana le dejé el último bocado para ella, que no me levante la voz porque soy su madre, que tienda su cama, que saque la basura, que diga buenos días, que no reniegue en público porque nadie tiene necesidad de aguantar el mal humor de nadie y que lave su ropa.
Luego llega la noche y volteo a ver los libros en mi sala, en mi cuarto, en mi escritorio. Ha pasado un día más en el que sé que jamás seré una pensadora famosa. Algunas noches, le leo en voz alta a mi esposo algún fragmento de uno de los libros y lo platicamos, como si fuera mi sínodo de tesis, cómo si de eso dependiera mi tranquilidad intelectual y a veces me quedo hablándome a mi misma en mi mente, acostada, con la luz apagada, ya sin nadie que me escuche.
Jamás seré una de esas pensadoras al modo estrellas de rock como Beauvoir, Lessing, Luxemburg, Woolf, Beard, Butller, Paglia… Pero todos los días intento ser una, sin dejar de reconocer que mi lugar está aquí, oculta y ocupada, como una abeja que es parte de un minucioso entramado trabajando por una reingenería social y la cicatrización de heridas generacionales, consolándome por no ser una intelectual intentando educar a mi hijo como un nuevo tipo de hombre, con una nueva masculinidad… Quizá, esas pensadoras hablarán de mí y lo que hice junto con otras miles de millones de mujeres desconocidas, aquellas que reconstruimos un nuevo matriarcado desde el lugar dónde no se escriben libros, ni se estudian doctorados y las conferencias se dan en la cocina de nuestras casas frente a la rutina, aquella que configura los días y las mentes de los nuevos hombres y mujeres de una era en la cual el feminismo ya no sólo está en las bilbiotecas, en los debates y en las calles como forma de protesta, sino en la personalidad de cada mujer que sabe que el mundo se cambia también con las pequeñas cosas, día a día como una gota de agua que nadie escucha caer y que con el tiempo, atraviesa la roca y sigue su camino, fluyendo, para dar paso a nueva vida.
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