Con base en una experiencia personal y en mis 34 años de vida, así como mi última lección  sobre no confundir amor con una necesidad de cubrir la soledad o bien, “de escuchar lo que quisiste escuchar” comparto un texto del libro “Mujeres que corren con los Lobos” de la Dra. Clarissa Pinkola.

Precisamente fue antier miércoles, 25 de noviembre en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres que dije: Basta, no más justificarme si es que me siento furiosa. No deseo ocultar que lo estoy.

“El hecho de ofrecer la otra mejilla, es decir, de guardar silencio  en presencia de la injustica o de los malos tratos, se tiene que sopesar cuidadosamente. Las mujeres sufren la amputación de la naturaleza salvaje y su silencio no obedece a la serenidad sino que es una enorme defensa para evitar unos daños. Se equivocan quienes piensan que el hecho de que una mujer guarde silencio significa siempre que ésta aprueba la vida tal como es.

Hay veces en que resulta absolutamente necesario dar rienda suelta a una cólera capaz de sacudir el cielo. Hay un momento (aunque tales ocasiones no abunden demasiado, siempre hay un momento) en que una tiene que soltar toda la artillería que lleva dentro. Y debe hacerlo en respuesta a una grave ofensa, una ofensa muy grande contra el alma o el espíritu.

Una tiene que haber probado primero  todos los medios razonables para que se produzca un cambio. Cuando todo falla, hemos de elegir el momento más adecuado. Existe sin duda un momento apropiado para desencadenar toda la cólera que la mujer lleva dentro. Ninguna de nosotras puede escapar por entero a su historia. Podemos empujarla hacia el fondo, por supuesto, pero estará allí de todos modos.

La cólera no es como un cálculo renal que, si uno tiene paciencia para esperar, se elimina. De ninguna manera. Hay que emprender una acción inmediata. Entonces se eliminará y habrá más creación en la vida de la mujer. Ahora bien, la mujer que ha conseguido llegar a un entendimiento con su cólera regresa a la vida del mundo exterior con una nueva sabiduría, una nueva sensación de poder vivir su existencia con más habilidad. Pero un día algo (una mirada, una palabra, un tono de voz, la sensación de ser tratada con paternalismo, de sentirse proco apreciada o manipulada en contra de su voluntad) volverá a brotar y entonces su residuo de dolor prenderá fuego.

La furia residual de las antiguas heridas puede compararse con el trauma de una herida de metralla. Es posible extraer casi todos los fragmentos de metal del proyectil, pero siempre quedan los que son diminutos. Cabría pensar que, si se han eliminado casi todos, el problema ya está resuelto. Pero no es así. En ciertas ocasiones, esos minúsculos fragmentos se retuercen y dan vueltas en el interior, provocando una vez más un dolor idéntico al de la herida inicial (y entonces se produce un estallido de cólera).

Sin embargo la causa de este resurgimiento no es la inmensa cólera inicial sino las minúsculas partículas que quedan de ella. Éstas producen un dolor casi tan agudo como el de la lesión inicial. Entonces la persona se tensa, teme el impacto del dolor y, como consecuencia  de ello, el dolor se intensifica. La persona está efectuando unas drásticas maniobras en tres frentes: uno, trata de contener el acontecimiento exterior; dos, trata de impedir que se transmita el dolor de la antigua herida interior, y tres, intenta afianzar la seguridad de su posición efectuando una carrera psicológica con la cabeza inclinada.

Una mujer debe afrontar primero el acontecimiento más antiguo y después el más reciente, decidir qué es lo que va a hacer, sacudir la cabeza para librarse del collar que le rodea la garganta, enderezar la cabeza y regresar para actuar con dignidad.”

Dedico esta columna a mi querida amiga Gabriela Lozoya, una de las mujeres más valientes y bravas que conozco. Te admiro, te amo y eres uno de los seres humanos más hermosos que he conocido en mi vida.

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