Refracción es una columna sobre cultura, periodismo & atardeceres en Sonora. Se publica todos los jueves por Proyecto Puente. 

 

¨La frente del Papa es golpeada con un martillo de plata

para asegurar que está muerto.

El martillo se utiliza entonces para destruir el anillo papal,

el símbolo de su autoridad.¨

-La muerte de un líder católico después de una larga y pública enfermedad- fragmento.

The New York Times, 2 de abril de 2005.

Yo estaba en la oficina. Tenía una televisión pequeñita en mi escritorio, no puedo recordar bien porqué… ¿o sería la radio? no lo sé, las imagenes son confusas. En ese tiempo yo participaba mucho en los medios de comunicación de mi ciudad por motivos de mi trabajo: difundiendo, compartiendo, promoviendo.

No recuerdo bien cómo seguí la noticia, sin embargo, identifico perfectamente mi nudo en la garganta cuando se encendió la luz de la ventana del cuarto del vaticano. Recuerdo exactamente lo que sentí. Recuerdo que me senté y lloré con sentimiento. Puede escucharse falso: ¿cómo es que uno puede llorar por alguien a quién nunca conoció realmente? Tal vez estaba llorando porque yo era su fan. Lloraba cómo si se tratara de un artista de cine, un intelectual, un amor platónico quizá. Pero solo era un papa y yo lloraba cómo aquella vez que me corté mi mano izquierda con una botella de vidrio… me dolía y me asustaba.

Los papas no son para llorarlos. Los papas son lejanos e inaccesibles. Siempre hablan en otro idioma y por lo general, uno cuestiona siempre aquello que ellos promueven. A los papas se les llora quizá por protocolo, no por sentimiento.

Todos sabemos que Wojtyla tenía habilidades de comunicación aplastantes para cualquier rival. Era un poeta. Sabía dominar matemáticamente a las personas dentro o fuera de su territorio, era un ninja con la prensa y lo más peligroso de ese hombre era su carisma.

En el 2005 yo había comenzado mis cursos de la maestría en gestión cultural. En 2005 yo llevaba ya un año de haber terminado una relación personal la cual me habría marcado profundamente. En el 2005 yo estaba en uno de los mejores momentos profesionales de mi vida, aprendiendo, entrenándome, conociendo, deseando conquistar el mundo con mi actitud arrebatada, deseosa de éxito y todo se me hacía fácil. Todo lo podia y todo lo quería. Un año después, fui contratada por tiempo indeterminado en mi trabajo y viaje a Europa por primera vez en mi historia para ir la sesión presencial de mis estudios, yo lo quería todo y lo podía todo.

Han pasado 12 años para mí desde esa vez que le lloré a Wojtyla un 2 de abril. Pienso en lo que yo estaba haciendo y en quién era cuando el falleció. Si les cuento mi secreto de que a veces me descubro buscando en internet material del hombre para escucharlo de nuevo, para leerlo de nuevo, no se lo digan a nadie. Uno guarda sus totems de manera egoísta y decir que sigue influyendo en mí puede hacerme ver cómo parte de todos los demás.

Quizá lo que más me une a Wojtyla es que precisamente cuando el dejó de existir, inmediatamente los sucesos en mi vida iniciaron a desencadenarse de manera acelerada, cómo huracán con cambios profundos de escenarios, momentos y crisis de las que logrado salir apenas el año pasado. Quizá lo que más me une a ese papa es mi propia historia, en la que él resultaba por casualidad ser uno de los hombres más influyente del siglo XX. Dos años después que fue nombrado papa, yo nací. Así que puedo decir que Wojtyla fue el líder espíritual de mi vida. No conozco a otro Papa que no sea él. Sin duda, mis cimientos de humanista wanna be son producto de haber vivido en la era de Wojtyla.

Robert Mcfadden terminó su crónica del 2 de abril de 2005 para The New York Times titulada: All-Embracing Man of Action for a New Era of Papacy, citando palabras de Wojtyla: “Hay derechos más profundos del espíritu humano que no pueden ser violados. Estos son los derechos de la libertad del espíritu humano, la libertad de la conciencia humana, la libertad de creencias y la libertad de religión”. 

El hombre fue canonizado. Ahora es San Juan Pablo II pero yo jamás le he rezado y no creo hacerlo. Prefiero quedarme con lo finito, con la certeza de sus limitaciones y con la evidencia tangible de que bajo sus fuerzas se sacudió la historia del mundo tal cual la conocí. Más allá de los milagros y las cosas divinas, prefiero recordarlo por lo humano. Wojtyla…

 

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