Refracción es una columna de periodismo, cultura y atardeceres en Sonora. Se publica todos los jueves en Proyecto Puente.  

 

Creo que fue en enero cuando conversé por audio de whatssapp con una amiga que admiro profundamente, era una de esas noches en las cuáles llegas cansada a casa, agotada, harta. Ella estaba muy enojada, le había pasado algo que la tenía sumamente molesta. Si, era enero y a principios, porque recuerdo que abrí las bolsas de papas fritas que sobraron de la fiesta de año nuevo, abrí el refrigerador para sacar el dip de cebolla verde que aún quedaba, me serví una copa de vino y me fui a sentar a mi cama. Me quite los zapatos, puse el teléfono en altavoz y la escuché.

– ¿Erika, porqué las mujeres somos así? me preguntó ella.

– ¿Así cómo? Le respondí en pregunta de nuevo.

– Así, tan mala leche, tan despiadadas.

– Sepa…

– ¿Sabes que nosotras somos nuestras principales enemigas?

– Probablemente…

– Este asunto de la dignidad de la mujer no es un asunto contra el hombre, es un asunto de mujeres frente a mujeres.

– …

Dejé de comer y le insinué algo así cómo ¨a ver, cálmate y dime las cosas más despacio¨.

Mi amiga empezó a llorar de coraje porque en días previos, había tenido una muy mala experiencia con una mujer que estaba en un puesto superior a ella y según la versión que tengo de mi amiga (y la cuál tomo como oficial ya que para eso una tiene amigas, para que le crean) este episodio estuvo realmente fuera de lugar e innecesario. Mi amiga no es la Madre Teresa, pero es una mujer educada, eso me consta. Es apasionada, pero no es conflictiva, esto también me consta. Al parecer la mujer en el puesto superior, se sintió amenazada por mi amiga en cuestión intelectual, laboral, gerencial y lo más peligroso de todo: en carisma.

Así que me puse a pensar hoy, un día después de la dinámica global sobre el día de la mujer, sobre esos pequeños (o titánicos) casos, en los que realmente las mujeres somos víctimas de las mismas mujeres. ¿Les ha pasado? A mí sí. Me he sentido atacada, difamada, burlada, agobiada y turbada por las de mi género. Lamento que esto no sea una columna en pro de las marchas, de estar unidas, de ir por el mismo camino. Hoy no, hoy necesito escribir de lo mutilantes que podemos ser las unas con las otras. Si alguien se enoja y me llama traidora me vale.

Esas falsas sonrisas, esos falsos abrazos, esos tonos de voz que no ayudan para nada en una negociación. Esos celos y esa envidia son parte de un sistema también. Competir entre nosotras es una cosa que pasa de la obsesión a la versión olímpica de dejarnos en la lona una y otra vez. Si piensan que el hombre y el machismo nos ha hecho daño, volteén a ver lo que nos hemos hecho entre nosotras mismas. Nos derrumbambos, nos metemos el pie, nos empujamos, nos delatamos y nos arrojamos a los leones sin temor. Me vale que me digan que no todas somos así. Estoy hablando por las que si lo hacen.

Una cosa es jugar a ser una bitch como usualmente lo hacemos en nuestra cotidianeidad en la cuál incluso nos reímos y se nos hace una gracia cantar y portar camisetas con la palabra bitch encima, pero otra muy diferente es cuando realmente lo somos y en el caso de muchas mujeres que este concepto sea parte de su sistema nervioso. Una cosa es ser bitch con estilo en pro de defender tu dignidad y tu espacio, y otra muy diferente es serlo solo por ser mala persona y hacer daño a los demás.

El odio genera odio, dice una gran mujer activista por los derechos del género que admiro y quiero mucho. Hoy pienso en eso, en que las mujeres debemos cambiar las estrategias y comprender que el odio qenera odio.

Comparto fragmento del mensaje de mi sensei Irina Bokova por el día de la mujer en la página de UNESCO:

¨ Las desigualdades entre hombres y mujeres perjudican a la sociedad en todos los niveles del desarrollo. La violencia, las injusticias y los estereotipos que afectan a muchas mujeres en su vida personal o profesional debilitan a toda la sociedad y la privan de un gran potencial de creatividad, de fuerza y de confianza en el futuro. En el marco de la aprobación por las Naciones Unidas de una agenda ambiciosa para el desarrollo sostenible de aquí a 2030, el empoderamiento pleno de las niñas y las mujeres es uno de los vectores de desarrollo más poderosos de la humanidad, que conviene aprovechar al máximo. ¨

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