Refracción es una columna de opinión para Proyecto Puente y se publica semanalmente los días lunes.
No es igual que volver a andar en bicicleta. Cuando se guarda silencio se desactivan palancas que uno cree podría empujar de nuevo pero no es así. El silencio destruye los artefactos de batalla, cancela las estrategias y mide la resistencia. Guardar silencio reconfigura nuestros códigos, los pasa por filtros que no sabíamos que existían y los enfrenta a severos pensamientos. El silencio es un cuarto vacío implacable… y también lo más bondadoso, sanador y lúcido que he experimentado en mi vida.
Era 2009 cuando abrí por primera vez una cuenta de Facebook y Twitter. Desde entonces no me había retirado nunca de las redes sociales, de los medios de comunicación y de la opinión de la gente. Lo hacía sin parar, era parte de mi día a día, todos los días. Al punto que no me dí cuenta del momento en que los otros estaban influyendo quirúrgicamente en mis decisiones. Familia, amigos, trabajo, conocidos. Todos.
Había olvidado el derecho al silencio. La civilización nos ha otorgado la omnipresencia y el precio que pagamos por ello nos puede endeudar de por vida. Durante la última década me dediqué a apoyar movimientos que empoderaban la voz de la mujer, de lo importante que era hablar y expresarse. De no quedarse callada. Soy fiel creyente que la palabra y la verdad nos hacen libres, no por que alguna religión lo diga, si no porque la esencia del ser humano siempre será conectar y contar su historia. Porque para eso se nos ha dado la memoria, como guardianes de los días y las horas que nos tocan vivir aquí y ahora, días y horas que son estafetas en el tiempo para nuevas puertas y horizontes. Yo necesitaba callar. Y no fue sencillo. Desconectarme de todo me brindó una nueva forma de observar y sentir. Y lo más valioso fue que pude escuchar de nuevo mi propia voz. No las voces de los demás, la mía.
En 2020 cumpliré 40 años. Nunca me he sentido adulta, más bien sigo comportándome como la adolescente que creía que todo era posible. Hace unos meses, dejé el trabajo que me convirtió en gestora cultural, en el que duré 20 años y el cuál representaba una seguridad para mi retiro. Dejé a mi madre y mi tierra para mudarme de país, tomé un avión con cuatro maletas y me casé por primera vez en mi vida con el amor de mi adolescencia. En tiempos como éstos, lo que les cuento parecería una locura, sin embargo, cuando guardas silencio para poner atención a las señales de la vida, las locuras se convierten en barcos que te llevan a los lugares indicados.
El silencio nos enseña que las decisiones grandes y pequeñas se toman frente a una sola persona: uno mismo… y toda vez que aceptamos que esas decisiones son enteramente nuestras, podemos encontrarnos listos para vivir de la forma que realmente necesitemos.
Estoy viviendo algo indescriptible y creo que se llama paz. Porque cuando se asienta el polvo producido por el terremoto que ocurre cuando alguien calla, se puede ver del otro lado un mar en calma esperando por nosotros.
Crédito de imagen: “Rail” (“Carril”), detalle. 1958, arte téxtil de Anni Albers. Recuperado de The Irish Times.
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