Refracción es una columna cultural semanal y se publica todos los lunes en Proyecto Puente. (Originalmente publicada el 30 de septiembre de 2019)
“Me basta con lo que tengas guardado,
con lo que hayas olvidado, con eso me quedo yo.”
-Rafael Pérez Botija
Abrí el reproductor de canciones como si estuviera desarmando un explosivo.
La banda sonora de mi niñez es la voz de mi padre cantando canciones de José José.
Mi papá cantaba precioso. Lo disfrutaba. Yo de verdad lo admiraba. Jugaba conmigo cambiando el volumen de la canción y hacía cómo que él era el solista. Interpretaba. Su voz era para mí el sonido de cuando uno se siente plenamente vivo. Yo sabía que cuando mi padre cantaba significaba que él estaba feliz.
Del naufragio que significó la muerte de mi padre, rescaté algunas cosas para mi: un cuaderno de su secundaria, sus zapatos de boliche y algunos pares de lentes: unos para el sol, los cuáles usaba en su juventud, cuando era una montaña, intocable, de acero y me sentaba en sus rodillas levantándome cómo un vaso; y los lentes graduados que usó en sus últimos años, cuando había perdido la batalla, lleno de heridas, derrotado y por cuyos cristales su mirada me atravesó como lanza en diferentes campos de nuestras batallas: dolor, reclamo, furia, abandono (de mi parte), hastío, certeza de muerte, miedo, perdón, reconciliación y amor. La última vez que escuché a mi padre cantar, tenía puestos sus lentes de sol.
Supe que mi padre se había dado por vencido cuando dejó de cantar. Ya no le importaba vivir. Y eso me enfureció. No porque su ánimo hubiera significado una diferencia, sino porque yo nunca supe entenderlo, nunca quise hacerlo. Solo me importaba lo que yo sentía, lo cual era que el romance que él y yo habíamos tenido cuando cantaba ya no existía. Me lo había arrebatado cuando crecí y él no tenía derecho a eso. Por eso lo odié, lo castigué con mi indiferencia y me alejé de él. Comprendí muy tarde que un romance es de dos y que si uno se rinde, no debe caber orgullo ni rabia en el otro que pueda reemplazar la fidelidad de permanecer juntos. Me fui de él. Cuando mi padre dejó de cantar, lo abandoné.
Desde entonces, tengo mucho cuidado cuando se trata de escuchar las canciones de José José. Las invoco solo cuando me siento valiente y cuando puedo tener bajo control mis pensamientos porque ellas son una puerta hacia mi padre, hacia sus mejores años, cuando él era la montaña con voz de huracán, cuando era feliz y cuando yo creía que él era invencible. Esa puerta la mantengo siempre bien cerrada, porque no me gusta recordar que mi padre era imperfecto, que sintió profundo dolor y que en algún momento de su vida enterró la voluntad de encontrar motivos para volver a cantar alguna vez.
Deja un comentario