El cuerpo está construido por músculos, que son estructuras cuya función es contraerse y alargarse para producir movimiento y ayudar así a que el ser humano pueda vivir. 

Cuando el músculo recibe un golpe directo, sus fibras se rompen, a eso se le conoce como un desgarre. Otra forma de dañarlo es cuando el músculo se estira más de lo que pudiera de forma natural, o sea: cuando se forza. Las causas más comunes para que el daño suceda son las siguientes: cuando no se prepara lo suficiente para la actividad que se desea realizar; cuando no se le permite pasar suficiente tiempo de recuperación entre sesiones de entrenamiento; cuando el músculo ya de por sí se encuentra tenso, rígido, cansado o fatigado; o bien, sencillamente cuándo está débil. 

Hay diferentes tipos de músculos, pero todos ellos pueden regenerarse a sí mismos. Para que el músculo pueda sanarse a sí mismo, existen algunas indicaciones para ayudar al proceso: proteger la lesión de otros daños que puedan ocurrirle a la zona que posee el desagarre; reposar durante las primeras 48 a 72 horas y posteriormente reanudar poco a poco el movimiento para no perder la fuerza; aplicar hielo de forma indirecta para reducir la inflamación; comprimir la zona con vendas para contener la lesión y elevar la zona dañada por encima del nivel del corazón para disminuir la inflamación. 

Sin embargo, hay un músculo que es un poco más complicado de sanar: el corazón. 

Para reparar algún daño causado en el corazón lo que sucede es que algunas células mueren y el tejido conjuntivo (el que establece conexión con otros tejidos y sirve de soporte a diferentes estructuras del cuerpo) se multiplica para ayudarlo, sin embargo el resultado de ese proceso deja una cicatriz. 

Cuántas cosas pueden suceder a lo largo de un año. Moverse implica riesgos, riesgos a veces calculados, a veces fuera de nuestro control. Lo cierto es que durante los días que pasan somos capaces de sanarnos a nosotros mismos, no importa qué tan duro el daño ni que tan fuerte el desgarre. Es cuestión de cuidado y paciencia. El tiempo nos obsequia momentos para movernos y momentos para detenernos para poder sanar. 

En la mayoría de las ocasiones, es difícil saber qué momento es cuál, porque algunos de nosotros hemos aprendido a vivir con el dolor y es parte de nuestra vida. Se siente como algo normal y por eso hay que aprender a bendecir los desgarres y las señales de dolor ya que si duele, es señal de que aún no nos hemos hecho uno con él y que aún hay manera de buscar estar mejor. 

Podemos salvar lo que está a nuestro alcance, lo que vemos, lo que tocamos, lo que entendemos. Eso hay que sanarlo: reposarlo, cuidarlo, aplicarle hielo, elevarlo por encima del nivel del corazón y esperar, esperar que el orden mismo de las cosas haga su magia natural y regenere lo que se dañó. Lo que no se pueda salvar, dejará cicatrices, heridas de guerra, lo cuál también estará bien, porque su significado servirá para no olvidar que al paso de las horas, los días, las estaciones y cada año que se renueve, nuestro corazón ha estado en movimiento para ayudarnos a vivir. Entonces, lo que no se puede salvar también tiene un lugar para ser honrado y amado. 

Feliz 2020 para todos ustedes. 

Mi brindis por las cicatrices que hay y las que habrán. 

Un abrazo. 

Crédito de imagen: 

Nirav Patel, Scottish Highlands. 

“Observations of quiet moments”

http://www.niravpatelphoto.com.

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