Lo mismo de siempre.

Siempre habrá cosas que uno haga por primera vez. Yo por ejemplo arranqué mis primeras hierbas hace unos días. Quizá porque me ha faltado contacto con la naturaleza o quizá porque en la casa de mi madre siempre alguien más se encargaba de hacerlo, pero como yo nunca pasaba tiempo en el jardín porque según yo estaba muy ocupada para todo, jamás deshierbé nada. Hasta hoy.

Las primeras seis hierbas las arranqué con coraje, enojada. Disfruté tomar con mi mano el todo y arrancarlo de la tierra. El sonido, la textura y el aroma de desprender las raíces del suelo me dio un placer terapéutico. Las siguientes seis ya no salían tan fácil y tuve que usar mi mano izquierda para jalar mi derecha y arrancar la hierba. Por mi falta de técnica (y fuerza) terminaba arrancando solo la parte de arriba y el tallo se quedaba hundido en la tierra burlándose de mi debilidad e inexperiencia. Entonces recordé que en la cochera había una palita de esas para mover la tierra y fui por ella. Fue cuando clavé el metal cerca de la raíz que comencé a pedir perdón y a sentirme culpable. Ya no lo estaba disfrutando. Entonces deshierbar se convirtió en un ritual de dolor. Observaba la hierba y le decía: “perdóname, perdóname por hacerte daño, perdóname por arrancarte de aquí, perdóname porque sé que no llegaste a mi jardín con la intención de ser una amenaza, perdóname, perdóname, perdóname.”

Yo sentía que las hierbas me respondían y me perdonaban con amor. Sentía sus ojos fijos en mí y que cuando me acercaba, eran ellas mismas las que me daban el permiso para poderlas arrancar diciendo: “todo está bien, así es esto, quizá yo estoy aquí para recordarte que todo es cíclico, que todo muere y renace. Es mejor quitar y limpiar cuando la raíz es pequeña y tierna antes que sea más difícil.” Quitar la hierba se convirtió en mi propia redención. Lloré y lloré pensando en lo injusto que era que fueran mis manos las que causaran un daño tan traumático a mi jardín.

Anocheció y yo seguía buscando hierbas que quitar. Sentí el peso de la bolsa en dónde estaba guardando las raíces y le hice un nudo con mucho sentimiento, como cuando sabes que todo está perdido. Miré al jardín y observé todos los agujeros negros que quedaron expuestos. Les agradecí y les dije: “nos vemos aquí la próxima vez”. Me imaginé cuántos mundos e historias había en esos espacios que yo acababa de destruir y ¿para qué? ¿para qué deshierba uno?. Entonces escribí en Google: “razones para deshierbar” y me salió esto: “En verdad no hay hierbas malas ni buenas, solo plantas que se invitan a sí mismas sin que se les haya pedido. En lugar de llamarle mala hierba, deberíamos más bien llamarles indeseadas. Más allá de la estética, se deshierba porque las plantas que salen de manera espontánea hacen competencia desleal a las cultivadas. Les roban las condiciones naturales para aprovechar la riqueza de la tierra. Si el jardinero no interviene, la ley de la naturaleza se aplicará. Deshierbar no es solamente una historia cultural del bien o del mal, sino garantizar un buen desarrollo de lo cultivado y no hay que exagerar, hay que hacerlo solo cuando hace falta.”

La foto que acompaña esta columna es de la obra “Humus” una instalación del artista siciliano Giuseppe Licari y la fotografía de Job Janssen y Jan Adriaans. Les dejó también una playlist en mi Spotify para cuando tengan que deshierbar… ya sea el jardín, personas, amores, sueños, hábitos, terrores.

“Lo mismo de siempre” es una sección de Capuccino Radio y una colaboración en columna para Telemax Sonora. Deshierbar se publicó originalmente el 21 de marzo de 2023.


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