La semana pasada, fue una muy dura para mí. Emocional y físicamente. El lunes inició la mañana con letras y mensajes que terminaron por saturarme y dejarme ver realmente que hay cosas que una necesita abandonar aún en contra de su voluntad por que simplemente no es justo quedarse en el mismo lugar dando vueltas sin que lo que uno grita tenga eco. Bueno, ese día, llegó Natchío a la ciudad. Vino a dejar la última pieza de su obra. Fuimos a comer. Curiosamente, no me había fijado hasta que él lo notó, que nos sentamos en el mismo lugar que cuando nos vimos ahí mismo en Enero. Solo que era en distancia paralela y del otro lado del restaurant. Me escuchó, lo escuché. Nos escuchamos.
Compartimos. A la mañana siguiente, martes, fuimos a desayunar, tuve que regresar a mi casa a descansar un poco por que se me bajo la presión de manera muy rara. Yo seguía no del todo bien. Cuando me sentí mejor, fui a la galería para dejar los vinos para la inauguración de la noche, y cuando entré, la obra me pegó de frente. Nachío había hecho modificaciones en la museografía el día anterior, antes de vernos para comer y lo que sentí cuando entré en la galería fue un cambio de energía muy fuerte. Era una especie de paz y trance y honestidad desde el sentimiento que yo tenía. Me pasó que la obra fue como un altavoz de lo que yo traía en mi mente y en mi piel.
Al salir de galería, decidí irme más despacio en mi ritmo. Sin embargo, volví a sentir una mezcla entre agobio y rabia la cual resultó salir en un mini choque que le dí al carro de uno de los papás de la escuela de mi hijo que para incrementar el drama era abogado, pero yo creo que vió mi cara de frustración y llegamos a un arreglo para solucionar el golpe. Después de ahí, me ví para comer con Natchío. Y en esa platica, desaté varias cosas importantes para mí y hablamos de cómo uno pierde el equilibrio y cómo recuperarlo. La charla con él me devolvía a mi centro. Sin embargo, al regresar a la oficina, me recibieron con un documento que hizo que me volviera a desequilibrar. Me enojé, me tranquilicé, me desequilibré de nuevo. Esa noche tuvimos una gran inauguración y en la cena, las cosas se pusieron en armonía.
Al día siguiente, miércoles, Natchío me llevó a Hermosillo para mi charla y taller que impartiría en la Universidad de Sonora. Debo decir, que ese día en la carretera, en la comida y sobre todo las cosas que se enlazaron al acompañarme para tomar el camión de regreso a Obregón, terminaron por aclararme que este tipo de cosas que uno piensa que son casualidades, no lo son, y que este artista que parece normal, un hombre común y corriente, realmente es un verdadero espíritu de sanación y me siento muy agradecida de que sea mi amigo. Esa noche soñé con mi columna vertebral. Y eso se los cuento en otra entrada de blog.
El jueves, fui a terapia y logré estar un poco mejor, enfocada, pero al llegar a la oficina tuve una contractura muscular que inició poco a poco a subir de intensidad desde la mañana y no acabó hasta la tarde, me dolía la cabeza, me sentía sumamente mal físicamente y para cerrar con broche de oro, el viernes tuve una gran pelea con mi madre. Al punto de los gritos y físicamente exhaustiva. El día sábado por la noche no podía más, todo mi cuerpo me gritaba “basta”, que era demasiada la carga emocional, mis oídos se sentían como si estuvieran en el avión, mis articulaciones me dolían horriblemente, mi espalda me dolía demasiado y me sentía con fiebre. Casi siento que caía desmayada para dormir.
Mientras le contaba a Natchío como iba mi semana él me decía: ve y siéntate con la obra. Deja que la obra haga contigo lo que tiene que hacer. Me sentía físicamente agotada para salir en fin de semana. Y los lunes está cerrada la galería. Hoy es martes, a una semana de la inauguración de Mares de Supernovas. Hoy me daré un tiempo y me iré a sentar frente a ella.
Mares de supernovas tiene algo que Natchío sabe y nosotros no. Bueno, al menos estoy descubriéndola apenas. Y si yo les cuento lo que me ha sucedido esta semana, no es para quejarme, sino más bien por que me siento profundamente conmovida con lo que una obra puede representar en la vida de uno, aún sin ser de nosotros, emanada del artista, uno resulta conectado a ciertos nodos que al final, te explican cosas muy profundas más allá de formas, texturas y colores.
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