REFRACCIÓN Una columna sobre periodismo, cultura y atardeceres en Sonora y se publica todos los jueves en Proyecto Puente.

¿Les pasa que, a veces, aunque todo esté bien descubren que tienen el corazón como un pedazo de carne atravesado por un anzuelo, la garganta llena de piedras, la vida pegajosa como lana húmeda, y se encuentran sin nada que querer, ni que decir, ni que esperar: sin nada? A mí me pasó. El otro día. Era jueves. Eran las cinco de la tarde.

-Leila Guerriero.

Mi dolor de cabeza era insoportable. Pocas veces me ha pasado que no me puedo esconder de un dolor así. Estaba deshidratada. Lo supe porque ví mi lengua en el espejo. No fui al doctor. Siempre me dicen que todo está bien, que no me pasa nada y que debo bajar de peso. He perdido un poco mi fe en los diagnósticos. Así que yo sola me receté descanso y sueros. El domingo estaba tirada en cama, casi sin moverme, pero con la suficiente fuerza para darle click al internet y ver los Video Music Awards de MTV así como la noticia de la muerte de Juan Gabriel.

Inmediatamente pensé en mi abuela y en mi infancia, un flashback mental me llevó de nuevo a la sala de mi abuela y recordé sus ojos, su sonrisa, su arroz con leche y sus salsas deliciosas. Me dí cuenta de cómo Juan Gabriel había estado en mi vida por la radio de la casa de mi abuela. La muerte de Juan Gabriel me robó el performance de Beyonce. Ya no lo disfruté igual.

Mi madre, ayer por la mañana me regañó en el desayuno diciéndome: Ustedes los que se dicen estudiados e intelectuales y que escriben columnas pongan atención a lo que no se debe hacer, este muchacho Alvarado es un grosero y ojalá aprenda qué es lo que no debe de decir. Mi mamá estaba enfurecida por que Nicolás había minimizado a Juan Gabriel y hasta lo había medio insultado. Solo Había visto los tuits, no había leído la columna de Alvarado, y la verdad, me ha encantado, me gusta muchísimo leerlo.

También leí lo que escribió León Krauze en The New Yorker sobre Juan Gabriel, y mientras veía su Time Line, leí ahí mismo sobre la visita de Trump. Todo esto ha pasado como una película muda frente a mí. En lo único que podía pensar era en lo mal que me sentía y mi preocupación por hidratarme y sentirme mejor.

Esta columna debería ser para Juan Gabriel, pero no lo es, se trata más bien de mi y la falta de agua en mi cuerpo. Mientras las personas maravillosas con las que convivo me preguntaban a cada momento cómo me sentía y cómo seguía, yo les respondía elevando mi botella de agua con suero como si fuera copa de vino en boda: -ahí la llevo, gracias, ya voy mejor… a cada sorbo pensaba: cómo le hacen las personas que están en pleno sol y tienen que hacer actividades físicas duras? Reflexionaba eso mientras prendía el minisplit de mi oficina.

Me dí cuenta que no solo me sentía mal físicamente, sino que también emocionalmente estaba aturada y agobiada. La rutina de pendientes había caído sobre mí y me ví como robotizada, descuidé no solo mi cuerpo sino mi oasis mental. Dejé de dedicarme el poco tiempo que tenía para mí y mientras me preguntaba en qué momento mi cuerpo se deshidrato, también reflexionaba sobre el momento que dejé de ir a mi fuente de equilibrio.

Olvidé tomar agua, mis estimados amigos… ¿Qué cosas te pueden hacer olvidar que tienes que tomar agua? ¿Qué tremendo sentimiento o pensamiento puede ejercer tal fuerza poderosa que lo lleve a uno a olvidarse de sí mismo? El agua es vital, y mientras veo de reojo mi botella con suero, pienso en cómo uno debe ser feroz, feroz para cuidarse a sí mismo en cuerpo y mente, escuchar los pequeños mensajes, esos sutiles que pueden evitar un gran colapso… Y también, no hay que olvidar escaparse de vez en cuando a pequeños oasis que lo llenen a uno de frescura y nuevas fuerzas.

Juan Gabriel en este caso, en medio de mi deshidratación, me llevó a uno que yo tenía olvidado: la casa de mi abuela, la cual ya no está, fue reconstruida y modificada para dar espacio a departamentos que se rentan a personas extrañas…

La casa de mi abuela me recuerda muchas cosas, buenas y malas. Pero de entre todas, me recuerda a mi misma de niña, sentada en la alfombra debajo de la radio, escuchando la canción de La Guirnalda, mientras veía de lejos a mi abuela en su mesa, observándome. O quién sabe, tal vez ni siquiera me miraba a mí, tal vez cuando ella escuchaba a Juan Gabriel pensaba en su propio oasis, fuera el que sea que éste haya sido.

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