Breves pulsos que respiran sorbos de vida

en el vacío, en el abismo de las horas

empaquetados en pequeños días,

en pequeñas playas con breves mareas

que bajan hacia tu empeine para besarlo,

bendecirlo y besarlo otra vez,

hasta que tus pasos anuncien que estás aquí,

de dónde nunca te has ido

y en dónde nunca existirá mi olvido.

Breves sorbos, breve aliento

y breves frases que no decimos

para acortar la vida

y traernos hacia momentos

permitidos únicamente

por las noches que no se cuentan,

pero que se tejen como cuentas

sobre un hilo que llevo en mis venas

en señal de pertenencia y de posesión.

No puedo moverme.

El hilo, las cuentas, mi pulso…

todo me sujeta hacia tí

y hacia los breves alientos

que me dan de beber

para no morir mientras aguardo

la hora que te acerques

y me llenes de oxígeno

con tu boca en un beso

para recordar a qué sabe el aire,

la sal y tus dientes.

Hasta entonces, he aprendido a vivir así,

a merced de la marea,

de los ruegos y de tu mente,

de tus manos que abren puertas

y de mis venas que te pertenecen.

Hasta entonces, recojo cuentas del suelo,

de la arena, de la sal, de mi almohada, de la tuya…

de nuestra alma que es la misma

cuando estamos juntos y a la cual,

con un pequeño alfiler

le tejo el hilo que no se rompe,

que soporta, que permanece,

que respira breves sorbos de vida,

del vacío, del abismo…

hasta entonces

respiro breves sorbos de aire,

mientras espero de nuevo tu boca en mi boca

y la mitad de tu alma para la mía.

“Varada”. Fotografía, Ethel Cooke.

Erika Tamaura Ejercicios

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