Refracción es una columna semanal, se publica todos los lunes en Proyecto Puente.
“Aquí estoy
bramando
gritando
proyectando
adorando
precaviendo
reculando y volviendo a mi lugar
apareciendo y desapareciendo…
aquí estoy,
por aquí voy…
Todos estos caminos los huello día y noche sin cesar.”
-Walt Whitman
“Canto a mí mismo”
Cuando intento dormir o si solo intento estar en paz y cierro los ojos por un momento la imagen me ataca, aparece una luz frente a mí y no sé cómo explicarlo bien pero sé que es un carro, o varios, también sé que es un carretera y sé que quién está a punto de impactarse contra él o ellos soy yo, siempre. Creo que las imágenes comenzaron a aparecer hace un par de años, sobre todo previo a viajes que implicaran distancias largas. Ahora se aparecen de la nada, cada vez que intento descansar.
El viernes pasado manejé por segunda vez en la autopista de Houston. La primera fue porque quería ir a una clase de danza, la segunda, a un taller de periodismo. Dos motivos suficientes para enfrentar mi miedo y subirme al carro para adentrarme a ríos desconocidos.
Primero hay que tener el valor de tomar las llaves, subirse al carro y acomodar los espejos para ver a los lados y hacia atrás, tomar bien la distancia del acelerador y del freno. Luego, marcar la dirección en el mapa. Arrancar.
La entrada a la autopista me parecía una gran boca de dragón, de cuello largo, por cuyas escamas goteaban breves agujas de acero con luces frontales y direccionales que se vislumbran a través del aliento del animal. Para calmarme, me convencí a mi misma que estaría segura si me quedaba en el carril más cercano a las salidas, pero resultó que no era cierto.
Curiosamente, no siempre la opción más segura es la adecuada. Descubrí que manejar cerca de la salida en una autopista te puede obligar a dejar el camino que llevabas (sin que tu lo quieras) y dejarte en otro lugar que no querías, y lo peor es que puedes perderte o bien, dar una gran vuelta innecesaria para volver a tu camino. Y es que el carril seguro se vuelve uno con las salidas y uno ni cuenta se da, y de repente, ya estás fuera de tu destino. Fue así como inicié a enfrentar mi otro gran temor, moverme a los carriles más rápidos, los profundos, los del centro, así como su fuera mar adentro.
La experiencia de instalarme en la ruta más rápida y lejana de cualquier salida me llevó a un nueva configuración mental: ahora ya no tengo miedo a las calles chicas y a la rutina diaria de manejo, porque cada vez que me recuerdo manejando mar adentro y llegando a mi destino, mis pulmones se hinchan de gusto y de confianza sabiendo que no soy esclava de mi temor…las imágenes aún siguen apareciendo ante mí cuando cierro los ojos pero entonces hablo con mi mente y le digo que no es real. Que el miedo no es real. Y entonces, como un animal herido, mi pensamiento retrocede y vuelve a su guarida, esperando por la próxima vez que yo quiera volver a cerrar los ojos.
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