Cuarentena, semana 3. 

Aquí en Estados Unidos, ibamos saliendo de las vacaciones llamadas: “spring break” cuando nos dijeron: “quédense en casa” y nos dieron una fecha: 13 de abril para regresar al exterior. Nos dijeron que podíamos seguir comprando y haciendo nuestra vida cómo siempre, solamente que no en grupos y no tan cerca. 

Este domingo, el presidente Trump, con un tono que yo le noté medio doloroso, nos dijo: “seguiremos con el plan de quedarnos en casa hasta el 30 de abril, estamos por experimentar la fase pico de esta emergencia y no deberíamos cantar victoria cuando sabemos que pudieramos no tenerla aún.” Después escuché en el mismo párrafo lo siguiente: “a partir del primero de Junio podríamos estar en el camino de recuperarnos.”

¿Junio? Se saltaron Mayo, pensé. ¿Qué va a pasar en Mayo? ¿Es que nadie quiere hablar de Mayo? En México la cosa va con una semana de retraso (o de ventaja… cómo gusten verlo) pero la realidad es que esto ya no se siente como al principio, hemos cruzado días, y semanas, y estamos por llegar al mes, pero no parece suficiente. Nadie quiere hablar de Mayo. 

Se empieza a sentir el peso del encierro. El ardor de la distancia social en la piel. Cómo si cada casa fuera una isla y al vernos en la calle, lamentarnos mutuamente por no poder tocarnos o estar cerca el uno del otro. La sana distancia empieza a crear surcos que calan. 

Para amortiguar la soledad, me ha dado por las plantas. En la mesa de mi jardín, planté lavanda en una cajita de esas que venden en el supermercado a tres dólares y solo tienes que ponerle agua a la tierra y plantar las semillas. Cuando las planté me tembló la mano y las semillas se regaron por la macetita. No le dí importancia. Cuando la plantita inició a crecer estaba muy pegada a la pared del contenedor y dejaba mucho espacio vacío, así que con mucho pesar, hice un procedimiento quirúrgico y la moví al centro, porque yo la quería perfecta… al sacarla de su lugar, sentí cómo mi mano jaló las tiernas raíces y me sentí muy mal. Escuché su dolor. Sentí que estaba lastimando a la matita. Desde ese día, no le veo el mismo color y estoy preocupada por si tomé la mejor decisión en haber hecho lo que hice. Mi esposo me dijo: “déjala que vuelva a tomar su lugar en la tierra, déjala que se recupere.”

Siento cómo si nos hubieran sacado a todos nosotros del mundo exterior desde la raíz y que ésta nueva tierra que ha sido siempre nuestra casa, nuestro espacio personal, era un lugar que estaba vacío, porque no habitamos aquí, nuestro lugar estaba afuera y lo sigue estando de cierta forma, pero creo que estamos atravesando por una adaptación en la cual parece que estamos decayendo, pero la verdad es que estamos volviendo a tomar nuestro lugar y nos estamos recuperando por doloroso que parezca. Que nos hayan extraído del mundo productivo, del mundo social, de las calles, de la libertad, es un proceso doloroso por supuesto, pero estoy segura, que aparte de este panorama tan aterrador que se plantea (y del cuál no dudo) nuestras raíces están sanando, y con ayuda de un poquito de sol, agua y aire, seguiremos creciendo. Somos nuestros dolores, somos lo que nos lastima, por que somos todos. Ahora más que nunca nos reconocemos en el otro y sentimos lo que nos duele colectivamente. Somos nuestros suspiros y somos nuestros lugares vacíos. 

Ánimo. Estamos todos juntos en esto. 

Crédito de imagen: 
“C´era una volta”
De la serie “Self-portraits wiht my land”
fotografía de Giorgia Bellotti.

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