Hay días como éste, noches como éstas, en las cuales por más que se quiera no se puede dejar de pensar en el pasado. 
Fantasmas de momentos, buenos y malos; palabras y escenas, buenas y malas; de repente todo eso se amontona frente a tí y te sigue de cerca, con una mirada sobre tu hombro,  respirando sobre tí. 

Y uno piensa en lo que le han herido, y también en lo que uno ha lastimado. Cuando se termina una relación, de la naturaleza y categoría que ésta sea, si ha sido honesta al menos de alguna de las partes, se quedan en ella fragmentos de piel y de mente que parecen fueran llaveros que suenan cuando uno camina. 

Hoy en especial he tenido a un fantasma encima de mí. Observándome. Repitiéndome todos mis errores, mis fallas, mis no aciertos, críticas, todo lo que puede afectar nuestra vulnerabilidad cuando se ha abierto de par en par nuestra esencia: nuestras debilidades, nuestras manías, nuestra rutina de vida puesta al desnudo frente a otra vulnerabilidad. 

Mientras ese fantasma me observaba, del otro lado de mi cuerpo se encontraba uno más, el que me susurruba al oído aquellas cosas que yo dañé, que herí y que quebré. Y la tensión entre esas dos cosas es la locura cuando te encuentras sola sin poder arreglar nada. Sin poder volver atrás para reparar o evitar que suceda la vida. 

Este día inició muy bien, de hecho terminó muy bien, tranquilo. Hasta que de la nada, surgieron mis fantasmas y me arrinconaron contra mí misma haciéndome repetir una y otra vez decenas de fragmentos de la película que yo creí ya tenía guardada. 

Lo que más me ha lastimado esta noche, es que he querido equilibrar esos fantasmas con recuerdos hermosos en mi mente y no he podido. Me temo que mi cerebro haya bloqueado las escenas que pudieran neutralizar eso. No es nada lindo quedarse solo con lo malo de tus episodios pasados. Si esto es un mecanismo de defensa, entonces estoy perdida. Mi defensa me va a dejar en la lona. Me temo que lo que yo creí que ya había pasado, realmente solo estaba esperando que yo bajara la guardia.

Dicen que uno niega, se enfurece, negocia, se deprime y acepta cuando enfrenta perdidas… en ese orden. Yo siento que estoy en la dimensión desconocida entre los espacios en blanco de cada palabra. 

Quisiera tantas cosas. Pero la que más anhelo es una máquina del tiempo, para no haber contestado el teléfono esa noche en julio. Estaría ahí frente a mí y me diría: “No lo hagas, no contestes. Las cosas no son como las ves en tu cabeza. Además, no estás lista para esto. Tienes muchas cosas que arreglar primero contigo misma antes que esto. Porfavor, no contestes. No será como tu piensas. No está lloviendo y éste no es el rayo que esperas.” 

No me importa lo que digan. No es verdad que cuando algo acaba uno se queda con lo bueno. Se quedan los fantasmas… que te miran fijamente sin descanso.

Erika Tamaura Sin categoría

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