Nokta, columna cultural semanal publicada los viernes en Tribuna del Yaqui, Sección Acentos.

(…)
Me desconecté de facebook, twitter y anexos.
No contesté llamadas ni dije a nadie a donde iba.
Me perdí un sábado para darme algunas horas egoístamente para mí.

Llegué, ví un rectángulo de madera azul eléctrico insertado en el árbol de la entrada. Luego observé más abajo y ví una piedra pintada de amarillo fosforescente, ví otra de color plateado, otra verde… Así que antes de disfrutar la intervención, entré, pedí mis folletos y me salì de nuevo.

Me senté en la banca que daba al árbol con el rectángulo azul, enfrente de mí estaban un grupo de jovenes que aprovechaban el espejo de la fachada del Museo para ensayar una coreografía, no alcancé a escuchar la música, pero los pasos estaban muy buenos. Enseguida de ellos, sentadas en la banca que da vista hacia el Mall, estaban dos mujeres, se levantaron y se acercaron a dos bancas de la mía y se sentaron, al réves. Y dije, mira que buena idea, ya se me había ocurrido para descansar la espalda, (osea al revés con las piernas adentro del respaldo como si fuera silla de bebé, ya los veo pensando poses raras jajaja) pero como que me daba pena, y las ví que lo hacían con tanta confianza que pues me senté al revés también.

Leí con calma los folletos. Una y otra vez porque me costaba trabajo concentrarme. Estoy tan acostumbrada a la velocidad de cortar información para procesarla, que he perdido la capacidad de saborear un escrito. Entonces, entré al museo. Eran las dos de la tarde.

La sala uno anunciaba a Pedro Friedeberg. “La mania obsesiva” según la pared que no estaba pintada de un exquisito azul hipnótico. Como hace mucho tiempo que no disfrutaba de ir de civil a disfrutar arte, me sentía casi casi fuera de lugar. No podía dejar de ponerme en los zapatos de los curadores, de los museógrafos, de las compañías aseguradoras, de los administradores del museo, de los vigilantes, y dije: “Ya basta Tamaura, intenta ponerte en el papel de público, intenta únicamente ser espectador.” Tengo que confesarles que me costó mucho trabajo… eran las 2:30 (les estoy inventando las horas en base a lo que mi memoria recuerda, ya que realmente no estaba fijándome en el tiempo) cuando subí al segundo piso.

Casi se me sale el corazón cuando veo a Botero en la sala 2, pero resistí la tentación de entrar y me fuí directo a la Sala B, donde me encontré con una grata sorpresa. Miguel Fernández: Fin del camino. Me pude quedar ahí por mucho tiempo, entre fotografías y video, entre carreteras y arena… “una premonición” como lo dice Pascal Beausse, curador y crítico de arte…. Pasaban de las tres de la tarde y me asomé a la sala C, que resguardaba la obra de Alejandro Pintado, bautizada como “Contemplación de la modernidad” la cual les confieso no me llamaba mucho, sin embargo, en cuanto entré y ví el primer cuadro me fascinó… “la naturaleza alejada, histórica y evocadora” como describe la propuesta la crítica de arte Graciela Kartofel.

Casi eran las cuatro de la tarde cuando porfin, como quién deja el bocado más delicioso al final, entré a las Salas 2 y 3 donde MUSAS contenía parte dela Colección del Museo Rufino Tamayo…

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