No me gusta peinarme. No sé porqué. Nunca fui la niña que anduvo con moños y peinados lindos de chiquita. Más bien mi mamá me cortaba el cabello siempre. Así que mi look siempre fue de cabello corto en melenita. Después, me dejé crecer el cabello y mi mamá me dijo que me hiciera permanente para que se me viera “acomodado” siempre. No recuerdo cuándo, pero alguna vez escuché a Giselle que iba a arreglarse su cabello con Astrid. Yo veía el cabello de Giselle y me encantaba. Comencé a ir con ella y por alguna razón, las personas que me recuerdan en mi época universitaria, lo primero que recuerda es mi cabello. Después tuve una crisis personal que duró varios años y mi cabello era lo último que llegué a cuidar. Un día, después de salir casi arrastrándome de esa época tan difícil, me armé de valor y toqué la puerta del salón de Astrid. Me vió y me dijo: “esto va a tomar tiempo, varias sesiones y mucho cuidado de tu parte”.

Empezamos a rescatar mi cabello poco a poco y comprendí la función de una estilista en tu vida: no sólo son personas que hacen cosas en tu cabeza, si tienes la suerte de encontrar a una profesional que pueda transmitirte el amor al cuidado de tu imagen de forma natural, no la dejes ir. Yo he descubierto que el cuidado del cabello de una mujer no es importante únicamente por la apariencia y la imagen, sino que tiene una conexión con el espíritu y lo que conlleva. Hacer las paces con tu cabello (o la falta de él) y comunicarte con él es parte de un equilibrio profundo, más allá de tratamientos, ego o superficialidad, que aun estoy intentando comprender….

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