Texto para el blog del Instituto Sonorense de Cultura a través de la Coordinación de Artes Visuales.

“La luz es luz solo cuando proviene de la oscuridad” 

-El Zohar. 

Será porque el cuerpo de la mujer está diseñado para crear a otro ser humano que la naturaleza nos ha maldecido con el peso de emociones y cosas que a veces solo podemos entender desde nuestra visceralidad femenina y los códigos biológicos que nos definen. Dicen que el cuerpo manifiesta en el exterior lo que las emociones producen desde nuestro cerebro condicionado por el pasado, por las sensaciones, por el presente, por lo que nos preocupa, lo que nos hace estallar de felicidad, lo que nos vuelve locas de optimismo, lo que nos provoca amor, lo que nos da ansiedad y nos come lentamente por dentro o aquellas cosas invisibles que perseguimos incansablemente por la fe hacia algo o alguien y nos hacen soportar los dolores más punzantes y las depresiones más profundas. Será por eso que nuestro cuerpo se convierte en una jaula, una prisión que se inicia a construir desde nacemos para ir guardando todo aquello que el mundo no puede soportar de las creadoras.

Será por eso que los límites y las fronteras son parte de nosotras mismas. Hemos aprendido a confinar lo que hay en nuestro interior, porque por más fuertes y empoderadas que parezcamos, aún nos falta la tregua con nuestra vulnerabilidad. Es que somos creadoras, nos abren el cuerpo para dar vida a otro. Bajo el equilibrio de los opuestos, la balanza de lo abierto se reconoce ante lo que se ha de cerrar. Por eso creo que es natural que las mujeres nos encerremos a nosotras mismas dentro de nuestra piel y huesos, para sentir que algo nos pertenece, que nos pertenecemos a nosotras mismas. 

El arte es una de las llaves que hacen a una mujer abrir sus límites. 

Muy en especial, el lenguaje del arte visual brinda un espectro sumamente amplio y estremecedor para la expresión de todo aquello que contiene la mente femenina. De manera peculiar, las mujeres estamos conectadas con el mundo de los sueños, con la naturaleza, practicamos la telepatía, podemos predecir los peligros  y somos campeonas olímpicas en dar nuestra vida en servicio a los demás olvidándonos muchas veces de nuestras necesidades… comer, dormir, amarnos más. 

Dentro de los límites que definen el mundo interno de una mujer, hemos cargado histórica y socialmente con el yugo del color blanco sobre nosotras y nuestra forma de expresión (relacionado por supuesto con la luz) y nos han hecho creer que la mujer debe ser pura como el color blanco, sin pensamientos obscenos, sin sentir rabia, sin experimentar lujuría, sin acercarnos a todo aquello relacionado con el color negro (relacionado obviamente con la maldad). Hasta en elegir los colores para expresarnos en nuestra cotidianeidad hemos sido domadas y entrenadas. Sin embargo, a aquellos que no pueden comprender la mística de ser mujer se les olvida que la creación de vida que sucede a través de los límites de nuestro cuerpo proviene de la oscuridad y el dolor. Las lunas nuevas se ocultan ante nuestros ojos en la noche para marcar nuevos ciclos en las mareas. Nadie mejor que la mujer comprende la oscuridad y sus límites y es através de signos y nuevas combinaciones que intentamos traducir lo que la oscuridad en nosotras nos dicta. Es momento de cambiar el discurso sobre que el color negro implica negatividad o pecado. Es momento de abrazar la oscuridad que se produce de nuestra sombra, la cual puede existir solo si estamos bajo la luz. La luz y la oscuridad son una sola cosa, tan necesarias para descubrir lo que tenemos que decir respecto al mundo que vivimos y lo que el mundo nos hace sentir. 

¿Cómo comunicarnos fuera de la frontera de nuestro cuerpo? ¿Cómo lograr articular un discurso entre nuestra prisionera interna y aquella mujer en libertad que puede decir, hacer y moverse a su antojo en un mundo que se empeña en catalogarla e insertarla en un lugar específico como si se tratara de una receta de cocina? Yo las he visto, he visto mujeres que lo hacen y lo intentan. He visto mujeres que arrancan de su interior un lienzo, un papel, pedazos de tierra y caleidoscopios infinitos para transfarmarlos en imágenes, símbolos y códigos que hablan sobre  lo que sucede cuando cruzan los límites de su piel para conectarse con otros, con algo que decir.

El pasado mes de marzo, el Instituto Sonorense de Cultura a través de la coordinación de artes visuales presentó la exposición colectiva: “Mujer: lucha, dignidad e identidad”, en la Galería Eusebio Franscisco Kino, con la participación de diversas artistas, entre ellas: Aida Emart, Ana Gloria Trapero Valdez, Ana Lourdes R. Bours, Angélica Argüelles Kubli, Argelia Castañeda, Brenda Urrutia, Claudia Medina Ángel, Diana Gabriela Lozano González, Eva Solís, Fátima Olea, Guadalupe Montemayor Salazar, Irene García Muñóz, Iris Valeria Mancillas López, Irma Garza García, Jimena Coronado, Kary Franco y Leticia Galaviz. La muestra presenta formas y reflexiones sobre la visión de mujeres sobre mujeres desde la expresión de temas relacionados con el corazón, el amor, la pertenencia y la resistencia. 

Arriesguémonos más a descubrir el universo de formas que el arte visual puede ofrecer a través de la danza de los límites de la primera creadora: la mujer. Sin miedo. Crucemos nuestros límites sin miedo. 

Crédito de imagen: 
Irene García Muñoz
“Sendero del despertar”, 2020. 

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