Una luna llena después de 20 años.

26 de noviembre de 2020

Han pasado tantas cosas desde hace 6 meses.

Han pasado tantas cosas desde 20 años.

En aquél entonces yo tenía 20 años, estaba en la universidad, creía que había encontrado el amor de mi vida, vivía para la danza y el arte y mi vida con mis padres era más o menos un caos. Di clases por primera vez. Poco a poco, algunas cosas se fueron reacomodando, otras se rompieron, otras se perdieron… y otras me encontraron. Abrí este blog y abrí muchos sueños y deseos.

Huí de mi casa, me regresaron, me rompieron el corazón, la enfermedad de mi padre se instaló, comencé a viajar sola-con amigas, terminé mi carrera, mi madre y yo éramos enemigas, encontré mi primer trabajo, hice una maestría, elegí dar oportunidades al pasado, viajé a España, tuve un hijo. Sostuve en mis manos las cenizas de mi hermana para entregárselas a mi madre.

Me promovieron en mi trabajo, mi vida personal era una bola de estambre enredado, mi vida amorosa fue un martirio, me llené de deudas, vivía en automático, me enfrenté al miedo y a la soledad… abrieron mi cuerpo para ser mamá y la sonrisa, el olor y el cuerpecito de Erik llenaron mi alma de fe.

Manejé por primera vez en carretera, una noche recibí una llamada del hombre del que siempre estuve enamorada, viajé y me separé de mi hijo por primera vez, volví a ver nieve en las calles y en los árboles, el corazón se me incendió de pasión y esperanza, junté amigas como juntar flores en el parque, intenté salvar el mundo, junté a mujeres desconocidas en un lugar y les dije que su voz era importante. Pagué mis deudas.

Supe lo que era volver a tener el corazón roto, me dediqué a negarme placeres, a sufrir por dinero, a intentar salvar una relación a distancia, murió mi padre, logré grandes triunfos profesionales, lloré sola amargamente en las noches, perdí por sepa Dios qué tantas veces a mi pareja, hice las paces con la aquella mujer la cuál creí me había quitado mi felicidad, recorrí mi estado intentando compartir una energía que yo no tenía, me paré frente al mar en una noche de marea baja y volví a perder el amor…. mientras alguien también con el corazón roto confiaba en mi y cruzó el océano para ayudarme a lograr otro sueño profesional.

Descubrí por primera vez a qué hora había nacido, saqué mi carta astral, inicié una terapia psicológica, hice un excel de gastos, supe de nuevo lo que era volver a tener solvencia económica de poco a poco, aprendí lo que significaba los eclipses y quise ser escritora.

Sentí pena, vergüenza, impotencia, desesperación, desolación, rabia, frustración, ira, odio. Me convencí que todo lo que había pasado, lo que había elegido, había sido lo mejor que pude hacer en cada momento con lo que sabía. Aprendí a tener compasión de mi, a hablarme con ternura como a una niña pequeña. Comencé a reconstruirme pedazo por pedazo. Luché por el amor de mi vida. Hice una oración en la tierra vacía donde estaba el letrero de “Sold” de la casa que decidimos comprar para tener un hogar después de tantas lágrimas y heridas. Me desconecté un año entero de redes sociales. Desaparecí. Mis heridas comenzaron a cicatrizar. Mi madre sobrevivió a un cáncer de seno.

Salté. Me desprendí de todo, lloré con mi hijo en un parqué de noche y le pedí que saltara conmigo.

Renuncié a mi trabajo de 20 años, ese que fue mi primero, al que le dediqué toda mi energía, en el que me refugié y el que me configuró profesionalmente. Vendí mi carro, hice las paces con mi madre, hice 4 maletas y tomé un avión a Houston.

Me casé con el hombre del que estaba enamorada en mi adolescencia. Supe lo que era vivir en pareja por primera vez en mi vida, aprendí a cocinar, me multaron por primera vez a una cuadra de mi casa por pasarme un alto, sentí miedo, comprendí lo que es ser migrante y el horizonte se me abre como el amanecer más hermoso que he visto.

Mi hijo y yo llevamos un año y medio viviendo en Estados Unidos. Por primera vez Erik se subió a un camión amarillo para ir y venir solo a la escuela, vivimos una pandemia, el mundo se reconfiguró frente a mis ojos, tengo un permiso de trabajo y un número de seguro social, me enfrenté con el terrible fantasma de reacomodar mi CV profesional, pensar que lo que había hecho hasta hoy no era suficiente, y aún así traducirlo a otro idioma, busqué trabajos, tomé la decisión de elegir mi proyecto de hogar en lugar de perseguir un sueño académico, decisión que fue escuchada por el universo recompensándome con la logística acelerada de mi plan original sobre certificarme como maestra y recibí una lección de humildad sobre que ni las puedo todas, y que aún tengo mucho que aprender en territorio extranjero.

Cumplí mi primer año de casada. Ya no ocupo el Google Maps para ir al súper, tengo mi licencia de conducir de Texas, he manejado con lluvia en el Freeway, me reencontré con mis fantasmas y mis sombras del pasado, recibí una llamada de aquel alguien que un día respondió mi correo para cruzar el océano y que también tenía el corazón roto, para ahora el invitarme a cruzar, estoy en la vía de integrarme a una agencia que he admirado toda mi vida, pero ahora lento, sabiendo que lo primero es lo primero y que las cosas se cocinan a fuego lento…

Estoy intentando domesticar mi mente, para reprograrme frente a esta nueva vida de plenitud, amor, felicidad y abundancia que tiene también su propia complejidad, una nueva y diferente a lo que conocía, y es que la expansión sin contracción no es el camino. Necesitamos lo mucho y lo poco, la luz y la sombra, el aprendizaje sobre la marcha, el saber que los retos abren regalos…. pero la diferencia es que hoy, bajo una de las lunas llenas que más miedo me daban por lo que han significado en mi historia, veo claramente que todo lo que he caminado, lo que camino y lo que resta de mi viaje, solo tiene un objetivo claro en mi vida: ayudarme a sanar.

Bendigo la luz que ha surgido de mis más profundas sombras, bendigo lo que me ha traído hasta aquí, lo beso y lo dejo ir. Le agradezco y lo despido. 20 años han pasado frente a mis ojos en los últimos 6 meses. Miremos hacia adelante.


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