Terapia es una palabra poderosa. Siempre me intrigó. Siendo sincera siempre envidié a las personas que tenían oportunidad y tiempo de tomarla. Siempre quise experimentarla. Siempre la evadí.
En el consultorio de Martha hay dos sillones y tres mesitas. Una para mí, una para ella y otra para la luz y el corazón. Para llegar a ese lugar uno tiene que atravesar su hogar, como si fueras de visita a tomar un café.
En mi mesa había una caja de kleenex los cuales ví y me dije a mí misma: “no serán necesarios, puedo controlarme, no será para tanto”.
En la mesa de Martha: el tiempo y su libreta.
Hoy amaneció lloviendo. Es que estamos saliendo de un huracán, “Linda” creo. Eso venía escuchando en las noticias mientras me dirigía con ella. Me levanté temprano, hice ejercicio (porque sí, además de la terapia, el ejercicio me lo he puesto como una meta) desayuné con mi hijo y salí de mi depa con el corazón abierto, deseosa de mi primer sesión de terapia.
Conozco a Martha y ella me conoce a mí. Nos vemos todos los domingos en misa y hemos compartido experiencias y años de vernos. Yo estaba ahí sentada frente de ella, en la primera sesión de terapia de mi vida. Llegué con un dolor en la muñeca y en el codo del brazo derecho. -“Saldrás sin dolor” me dijo.
El tiempo se fue como un suspiro. No me paraba la boca, hablaba y hablaba y ella me preguntaba. Los kleenex seguían intactos. Sentía que mis ojos se movían hacia todos los lados de las paredes buscando encontrar las respuestas sobre lo que ella me preguntaba o de aquello a lo que me decía que prestara atención. Empecé a desempacar mi mapa emocional poco a poco mientras imágenes y rostros de mi vida iniciaban a proyectarse ante mí con cada minuto que hablábamos.
Casi lograba irme de ahí con mi meta intacta de no usar los kleenex, hasta que me pidió cerrar los ojos y hablarle a mi cuerpo.
Respiré como me indicó y respondí a su pregunta: “Estoy cansada” le dije.
Me costó decirlo. Antes de pronunciar esas palabras sentí como mis lágrimas caían y caían, así que tuve que abrir los ojos para buscar los kleenex.
Yo lloraba como niña chiquita de manera involuntaria y sentía como soltaba la presión. Cuando Martha me habló de nuevo para darme indicaciones me dí cuenta que mi muñeca y mi codo dejaron de dolerme. Por supuesto que no fue magia, fue mi cuerpo agradeciendo que lo escuchara y que tuviera el valor de decirme a mí misma todo lo que cargo, lo que bloqueo, lo que niego y lo que escondo.
Le dí un abrazo a Martha al final, agradeciéndole. Me dejó tarea. Tengo que pensar muchas cosas y regresar el próximo martes a decirlas. A decírmelas.
Para que lo voy a negar, esta aventura de la terapia me tiene emocionada y estoy empezando de la mano de Martha una nueva fase sumamente importante en mi vida. No siento miedo, ni pena, no me agobia poner en sus manos momentos y verdades de mi vida. Creo que una de las partes más maravillosas de una terapia es poder contar con el apoyo profesional de alguien para encarar verdades y reprogramar códigos. A fin de cuentas, qué ganamos con pensar que podemos solos con este gran universo? Qué ganamos con ser orgullosos? Qué ganamos con pensar que nos bastamos con nuestras propias fuerzas?
Me fuí tranquila. Con ganas de trabajar conmigo misma y orgullosa por haber logrado dedicarme un tiempo solo para mí. Concentrarme en mí y enfocarme en mí.
Al llegar a la oficina, tuve un hermoso regalo que rápidamente le compartí por mensaje en el teléfono.
Sin duda, hoy fue un hermoso día.
Puedes seguir a Martha en Twitter: @marthaherreramx
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