Nokta es una columna semanal, se publica todos los viernes en sección Acentos de Periódico Tribuna.
Entrada basada en una publicación anterior del blog, 2013:
Sangrando, el hombre miró de frente las puertas abiertas de par en par.
Últimamente, en mi blog, hay una entrada que ha tenido muchas visitas, ignoro porqué, pero, pensando sobre qué escribir esta semana, leí esta entrada que les comento, con fecha del 17 de Julio de 2013.
Hoy me encuentro viajando, acaban de iniciar mis vacaciones y voy a refugiarme unas semanas a Querétaro, al hogar de mi comadre Griselda. Voy a llenarme de su calma y su paz. voy a pasar tiempo con mi hijo, voy a quedarme en cama tarde, voy a escribir, voy mirar por la ventana sin tener que salir corriendo por que tengo algún lugar en el cuál estar para hacer algo… voy a hacer debates y reflexiones con ella, descalza en el sofa, con una copa de vino con mi amiga que me conoce de toda la vida, así como lo hacíamos cuando eramos adolescentes. No recuerdo la última vez que ví a Gris. Tal vez en el 2012 creo… pero como sucede con los grandes amores y amistades, el tiempo y la distancia no los aleja, solo los fortalece.
En últimos años, mis vacaciones han ido acompañadas por un libro llamado: El equipaje del viajero, de José Saramago (cliché, ¿no?). Un libro sensible que reúne pequeños cuentos del autor, a través de los cuales uno puede revivir junto con él cada olor, cada escena, cada sabor y cada vértigo que relata. Un cuento en especial, me cautivó y al momento de leerlo lo transcribí en mi blog.
Quiero compartirlo con ustedes hoy, cuando inicio mis vacaciones, unas muy especiales y necesarias, porque creo que no hay coincidencias. Mi blog me ha estado recordando que necesito volver a leer este texto. Leánlo conmigo:
“Érase una vez un hombre que vivía fuera de los muros de la ciudad. Si había cometido algún crimen, si pagaba culpas de antepasados, o si sólo por indiferencia o vergüenza se había retirado, eso es algo que no se sabe. Tal vez hubiera un poco de todo esto. Quizá hubiera un poco de todo, pues de lo feo y de lo hermoso, de la verdad y de la mentira, de lo que se confiesa y de lo que se esconde, construimos todos nuestra azarosa existencia.
Vivía el hombre fuera de los muros de la ciudad, y de esa segregación, deliberada o impuesta, acabó por hacer un pequeño título de gloria. Pero no podía evitar (realmente, no lo podía) que en sus ojos flotara esa niebla melancólica que envuelve a todo desterrado. Intentó algunas veces entrar en la ciudad. Lo hizo, no por un deseo irreprimible, ni siquiera por cansancio de su situación, sino por mero instinto de cambio o desasosiego inconsciente. Eligió siempre las puertas erradas, si puertas había. Y sí llegó a creer que había entrado a la ciudad, y quizá sí, era como si junto a la ciudad real hubiera imágenes de ella, inconsistentes como la sombra que en sus ojos se iba haciendo cada vez más densa. Y cuando esas imágenes se desvanecían, como la niebla que de las aguas se desprende al roce luminoso del sol, era el desierto lo que le rodeaba, y, a lo lejos, blancos y altos, con árboles plantados en las torres, y con jardines suspendidos en los miradores, los muros de la ciudad brillaban de nuevo accesibles.
De allá dentro llegaban los rumores de fiesta. Así se lo decía, más que los sentidos, la imaginación. Rumores de vida serían, al menos. No la muerte solitaria que es la contemplación obstinada de la propia sombra. No la desesperación sorda de la palabra definitiva que se escapa en el momento en que sería, más que una palabra, una llave. Y entonces el hombre bordeaba las largas murallas, tanteando, en busca de la puerta que, oscuramente, podría estarle prometida. Por que el hombre creía en la predestinación (…) Un día, el campo de batalla quedó libre y despejado como un estuario donde las aguas descansan. Sangrando, el hombre y el dios que había permanecido junto a él miraron de frente aquellas puertas abiertas de par en par.
Había un gran silencio en la ciudad. Amedrentado aún, el hombre avanzó. A su lado, el dios. Entraron -y sólo después de haber entrado quedó habitada la ciudad- Érase una vez un hombre que vivía fuera de los muros de la ciudad. Y la ciudad era él mismo.”
Los invito a venir conmigo a Querétaro, estaré compartiendo en mi blog y en Twitter momentos. Descansen, disfruten el tiempo y traspasen sus propios muros. Un abrazo.
Deja un comentario