REFRACCIÓN Una columna sobre periodismo, cultura y atardeceres en Sonora y se publica todos los jueves en Proyecto Puente.

 

El hombre objetivo, que ya no lanza maldiciones e injurias como el pesimista;

El erudito ideal, en quien logra florecer y crecer el instinto científico

tras miles de fracasos completos y de fracasos a medias,

es ciertamente uno de los instrumentos más eficaces que existen,

pero debe ser manejado por alguien más poderoso.

 

-Nietzsche, Más allá del bien y del mal.

 

Desde mi capricho personal, los temas de filosofía son para tratarse en un sofá, con una copa de vino, o bien, de lo que usted se beba con mayor placer, en compañía de otra mente interesante que por lo general piense diferente que usted para que se ponga sabroso el debate, de preferencia de noche, antes de ir a cenar unos tacos.

Tengo un libro aquí conmigo: ¨Más allá del bien y del mal¨ de Friedrich Nietzsche. Quiero hojearlo mientras platico con ustedes. En una era donde el acceso a la sabiduría está disponible justo en el botón de search, pienso en las pláticas cotidianas, las suyas y las mías sobre temas deliciosos como el sentido de la vida, los prejuicios, el espíritu, la esencia, la moral, las virtudes…

La digitalidad ha favorecido la visibilidad de nuevos promotores de diálogos filosóficos, derivados del ¨puedo decirlo, porque tengo conexión a internet¨, así que considero que debemos revalorar las formas y los discursos sobre la vida misma. En una cultura donde la sabiduría o los altos debates se quedan para unos cuántos…¿Es que acaso todos podemos ser filósofos?

Hay un fragmento en el final de la sexta parte del libro que atrapó mi pensamiento y dice:

¨Hay una jerarquía de estados psicológicos que es correlativa a la jerarquía de los problemas más supremos, los cuales rechazan sin piedad a todo aquel que se atreve a acercarse a ellos sin estar predestinados, por la altura y el poder de su espiritualidad, para darles solución. Para tener acceso a un mundo superior hay que haber nacido o haber sido criado para él. Solo se tiene derecho a la filosofía gracias a la ascendencia, y aquí también los antecesores -la sangre-, decide.¨

Para Nietzsche, se requiere lo siguiente para ser un filósofo:

  • La acción previa de muchas generaciones (es decir, respaldo)
  • Que cada una de sus virtudes sea adquirida, cultivada, heredada y apropiada de manera individual.
  • Pensamiento audaz, ligero y decidido.
  • Prontitud para enfrentar las grandes responsabilidades.
  • Soberanía de las miradas dominadoras.
  • Soberanía de las miradas hacia abajo.
  • Sentirse a sí mismo separado de la multitud, de sus deberes y sus virtudes.
  • Proteger y defender aquello que es malentendido y calumniado (se trate de Dios, el diablo, el placer o el ejercicio de la gran injusticia)

Pero sobre todo, según Nietzsche, para ser filósofo se requiere el arte de mandar: mandar a la amplitud de la voluntad a la mirada parsimoniosa, esa que raras veces admira, que raras veces se dirige hacia arriba, y que raras veces ama…

Aprender nos transforma. En todo problema radical habla un inmodificable ¨esto soy yo¨. Hay giros y ocurrencias del espíritu, hay sentencias, unas pocas palabras en lo que se halla cristalizada toda una cultura. Todo pensador profundo tiene más miedo a ser entendido que a ser malentendido.

Un filósofo es un hombre que constantemente vive, ve, escucha, sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias; es un ente al que sus propios pensamientos golpean desde fuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo su especie peculiar de acontecimientos; acaso él mismo sea una tormenta que camina grávida de nuevos rayos; un hombre fatal, rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y acontecimientos inquietantes. Un filósofo, un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que con frecuencia se tiene miedo a sí mismo. Un hombre que se apodera de lo que le gusta y que lo protege y defiende frente a todos; un hombre que es capaz de poner en práctica una decisión, de ser fiel a un pensamiento, de retener a una mujer, de castigae y abatir a un insolente; un hombre que esgrime su cólera como una espada, al que se le acercan con gusto los débiles…

No son mis palabras, son las de Nietzsche. Digo, por aquello de los plagios.

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