He estado atravesando por una crisis organizacional tremenda. No hablo de mi trabajo, hablo de mi mente. No les ha pasado que entran como en un tipo de depresión organizacional… Son tantas las ideas en mi cabeza que me noquean dejándome en blanco.
Pues eso me pasa. Subestimo el poder de la disciplina y pienso que el espíritu santo se manifestará y podré ponerme al corriente de todo lo que no he escrito por muchas razones, si gustan todas ellas válidas, pero a fin de cuentas, no ayudan de mucho cuando te das cuenta que el momento se perdió.
Estoy un poco ciclada sobre estar viendo en mi blog estos saltos de garrocha entre post y post, poniéndome a mi misma justificaciones -de nuevo- sobre que no tenía mucho que decir, cuando precisamente ayer me comentó amablemente una persona: “como hablas morra no te para la boca.”
Entonces, comprendí de nuevo, que mi gran problema es mi falta de disciplina. Para esos que piensan que un blog se trata de inspiración y cosas mágicas, intenten uno. Todo en esta vida requiere cierto tipo de control. Yo ando en búsqueda del mío.
Por lo pronto, me levanto para ir a mi taller de acuarela.
Comparto una pieza que ví ayer por la tarde en la Casa de la Cultura de Hermosillo. Me fascinó hipnóticamente.
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